Hay noches mágicas en las que se entrelazan belleza, armonía, emoción, sutileza, saber ancestral hecho música y piedra, espacios y sones de la memoria, reconocimiento y reverencia ante el buen hacer… La que se vivió ayer en el concierto de Jordi Savall en el castillo de Vélez Blanco fue una de ellas.
Jordi Savall derrrochó su buen hacer con la elegancia, la mesura y la paz que sabe imprimir a su músicas y conciertos. Músicas de siglos con hoy sentimos como propias, músicas de oriente y occidente que se abrazan en los sones de la viola o en el latir de la percusión. Se sentía el Mediterráneo – la fresca brisa también ayudó-, ese mar hecho trama por donde circularon y circulan vidas, esperanzas y culturas. Nuestra música común…. lejos de las fronteras.